Los hechos históricos en su mayoría son contados por los vencedores, dejando, en ocasiones, en un silencio oprimido una versión paralela de lo sucedido. La historia no se estudia como hechos cronológicos, objetivos que cubren todas las partes y actores, sino como relatos parciales relativos, subjetivos que engrandecen y justifican la versión del ganador. Sin contar que, además, están bajo el filtro de opinión de quien los cuenta. Escasos son los ejemplos que podemos mencionar como un relato verídico y objetivo de los hechos, que unifique todas las historias tocadas por el suceso. Sin embargo, un ejemplo ilustre y perecedero es la obra Los persas, escrito por Esquilo, Padre de la tragedia griega. Esta obra singular para el género en su época, ya que no habla de mitología sino de un hecho ocurrido pocos años atrás, donde Esquilo también lucho, pone en manifiesto la derrota de los persas. Un recorrido que no deja fuera el castigo de los volátiles Dioses, pero que relata el desarrollo de un hecho desde la visión de los derrotados. Al contrario a la dicha que el triunfo podría acarrear, Esquilo se detiene a observar el sufrimiento de aquellos civiles que no eran partidarios de una Guerra, si no, arrastrados por las decisiones de un Rey antojadizo y caprichoso, que sucumbió ante los griegos. Esta obra es una carta abierta a la reflexión de sus compatriotas griegos, que empatiza con la desolación de la perdida física, emocional y material de un pueblo invadido, saqueado, violado, desarraigado de sus costumbres y tradiciones. La Empatía de Esquilo, el vencedor, es un acto de valentía en tiempos convulsionados. Nos enseña que el sufrimiento de los derrotados, no nos tiene porque ser ajeno. Perder a un hijo es doloroso, independiente del idioma, religión o política que se practique.
¿Suena familiar?