Parece ser que todo lo que nos sucedió en nuestra infancia determina nuestro futuro y es innegable que en gran parte, así es. Es allí, en ese momento, donde se forja el personaje que seremos y que representaremos con tanto ahincó hasta nuestra vida adulta. Sin embargo, llegado a un cierto punto, la carga cuando es innecesaria, se vuelve muy pesada para seguir el viaje, sobre todo si es negativa.
Ser un adulto responsable no significa -solo- ser independiente económicamente, pagar facturas e impuestos y tener una vida laboral y social impecable. Ser un verdadero adulto responsable es mirar a los ojos al niño que fuiste y entender que sea lo que sea que sucedió, no fue tu culpa. Es hora de empezar a vivir, apagar el ruido del pasado y escuchar lo que la vida tiene que decirte en la actualidad. Todo lo que sucedió en el pasado, lo que fuiste, no es importante comparado con lo que puedes llegar a ser. Enciende la linterna e ilumina el camino hacia adelante, hacia tu futuro. Vacía la mochila, despójate de lo que no te sirve, y camina con paso fuerte, cargando solo el aprendizaje que te es útil en el presente. El lastre del pasado, cuando paradójicamente está muy presente, no solo nos daña a nosotros mismos, también todo lo que está cerca.
Nadie pudo elegir la infancia que le tocó vivir ni las circunstancias. Si estas fueron positivas, la calidez del recuerdo nos envolverá con una mezcla de nostalgia y alegría y si no, las probabilidades de evadir y olvidar el recuerdo, dejando la emoción sin un hecho asociado, huérfana buscando donde cobrar vida y sentido, será una dinámica en la cual nos veremos envueltos pensando que la vida nos castiga constantemente con lo mismo. Esta emoción, sentimiento y/o sensación se aferrará con todas sus fuerzas a momentos presentes que se asimilen a la situación de origen, y se intensificará, se alimentará.
No puedes crear quién eres hoy, hasta que dejes atrás quien fuiste. Todo esto, si tu verdadera intención es emerger y re-definirte con nuevos términos, avanzar en el proceso evolutivo. La vida sigue con o sin ti, todo se mueve y nada es igual de un momento al otro, es decir, mantenerse en el recuerdo doloroso, el olvido o la evasión, que produce carga en el presente, es antinatural. Cambiar es lo natural; buscar nuevas creencias; crecer, avanzar, moverse, accionar, ocuparse; eso es inherente a la vida.
Mira ese lado infantil que siempre vivirá en ti y aliméntalo tú, cuídalo tú, mímalo tú. Las cosas no salieron como te hubiese gustado, es probable, pero paso así y no fue tu responsabilidad. Ahora tú eres el dueño de tus acciones y reacciones, de tu vida entera. Haz algo con ella, no la cedas al dolor. Cédela con determinación a experimentar la vida que quieres vivir y a la nueva idea de quien quieres ser, de quien eres hoy. Cuando te desprendes de las emociones negativas del pasado, dejas un gran espacio para la creación de algo nuevo, algo mejor. El dolor es poderoso, porque nos enseña a escucharnos y prestar atención a lo que nos sucede, pero este maestro que nos ayuda a crecer tenemos que decirle adiós una vez aprendimos. Mantente abierto a tu nueva realidad. Se trata de poner toda tu energía en ti, no en personas y situaciones que nada te aportan en tu presente, mientras tu atención se enfoca en ti desaparece lentamente lo que no encaja en tu nuevo yo. Emerges. Si tienes que nacer nuevamente, hazlo. Haz todo lo necesario para vivir ligero, para experimentar la alegría y maravillarte con la vida.