Las definiciones son utilizadas para simplificar el entendimiento, siendo estas muchas veces insuficientes para lograr realmente describir lo que queremos decir. El lenguaje es muy limitado en este aspecto. Antes de aprender a hablar, nuestro hemisferio derecho del cerebro es el predominante, es la parte holística que reflexiona sobre la percepción de la realidad y las relaciones, no verbal y permeable. Así es como comenzamos a descubrir el mundo. En esta fase nos encontramos abiertos y vulnerables a todo lo que nos rodea. A medida que vamos aprendiendo, el hemisferio izquierdo va potenciándose sobre todo con el aprendizaje del lenguaje, los números, es analítico, se ubica la atención y memoria y es el asentamiento de construcciones sociales aprendidas que nos circundan. Es allí donde construimos nuestra identidad y lo que creemos de nosotros mismos. Y digo creemos porque básicamente nace de lo que nuestros cuidadores principales dicen de nosotros.
Tenemos registros claros de nuestra infancia cuando estos fueron traducidos a palabras. Verbalizar un hecho automáticamente ayuda al niño a procesar el entendimiento de este. Nombrar lo que sucede es esencial para identificar posteriormente como adultos ese suceso. “El poder del discurso Materno de Laura Gutmann” indica “Para la conciencia es más importante lo que se nombra que lo que sucede. Aquello que sucede realmente podemos no recordarlo. Pero más llamativo aún nos resulta que algo que no sucedió, pero que sin embargo alguien si se ocupo de nombrar, la conciencia puede organizarlo en un recuerdo fehaciente”. Aquí nos referimos a la etapa infantil, pero que sucede en etapas posteriores ¿cuándo nos sucede algo y nadie habla de ello? Básicamente lo mismo, guardamos el recuerdo fragmentado, en forma de sensaciones, imágenes. Un recuerdo secreto que nadie menciono.
Esto podría explicar, porque somos tantas personas que, llegada la adultez, muchas veces, somos incapaces de identificar nuestras emociones ni mucho menos expresarlas de manera sana. Literalmente no tenemos palabras para expresar lo que nos sucede. Y he aquí el problema gordo, cuando una emoción nos parece agobiante, porque seguramente no sabemos expresarla, la reprimimos. Y esa acumulación y negación de las emociones es como beber veneno en pequeñas dosis hasta el cuerpo superara la cantidad permitida. Cuando la enfermedad llega a nosotros, el cuerpo ha ya somatizado el estrés, la negatividad, la tristeza, la depresión, a la angustia. Estuvimos mucho tiempo mirando hacia afuera, cuando debíamos poner foco hacia adentro. No expresar una emoción negativa nos distancia de nuestro yo verdadero y nos aísla. Un niño que vive con una mamá infeliz aprenderá a reprimir su dolor para no agobiarla más.
Aprender a afrontar, adecuadamente, las emociones como se presentan, es una variable, al parecer significativa, en la probabilidad de contraer alguna enfermedad, debido al estrés crónico que esto puede significar. ESTO SE APRENDE O NO SE APRENDE EN LA INFANCIA. Si no obtuvimos este aprendizaje, será un trabajo que de adultos debemos hacernos responsable, sobre todo si somos o seremos padres.
Aprender a decir no, a considerar nuestras emociones y necesidades anteponiéndolas al resto, por contrario que parezca, es el mayor acto de amor. El altruismo y autocuidado que debemos tener con nosotros mismos, para permitirnos transitar por las emociones, nos transformará en adultos más preparados para ayudar y enseñar a otros. No expresar sentimientos en forma efectiva, se traducirá en eventos de impacto químico-biológico sobre nuestro cuerpo. En consecuencia, el contexto emocional que rodea a un niño SI importa, considerando esto a tiempo, nuestros hijos perderán menos tiempo tratando de reponer las piezas faltantes y sanando un dolor, en ocasiones, insalvable.