Quién, si yo gritara, me escucharía entre las órdenes angelicales?
«Wer, wenn ich schriee, hörte mich denn aus der Engel Ordnungen?
— Duineser Elegien- Rainer María Rilke
Ahora lo recuerdo... alguien murió esa noche...fui yo...
— Vanilla Sky film

Existen circunstancias, también de coerción, en las cuales tener la capacidad de elección es la peor de las suertes. Era menos malo que el destino fuera un árbitro implacable sin posibilidad de elegir. Cargar con el peso de una elección en desmedro vital de otro, es el fin. Todos mueren en ese momento, o una parte de ellos, es cosa de grados entre unos u otros.

En este extracto del libro Sophie’s Choice de William Styron, se explica magistralmente. Contextualizando: Este es un dialogo entre el médico de Auschwitz y una prisionera polaca deportada junto a sus dos hijos, Eva y Jan. Al bajar del tren el médico va escogiendo quienes van directo a la cámara de gas (izquierda) y quienes viven para trabajar en el campo de concentración (derecha)

“(…)Puedes quedarte con una de las criaturas.

- Como?, dijo Sophie

- Que puedes quedarte con una de las criaturas, repitió. La otra tendrá que irse. ¿Con cuál te quedas?

- ¿Quiere decir que tengo que escogerla?

- Tú eres polaca y no judía. Eso te da un privilegio, una opción.

Las facultades mentales de Sophie disminuyeron, cesaron. Entonces tuvo la sensación de que las piernas no la aguantaban.

-              ¡No puedo elegir!¡No puedo elegir!, empezó a gritar. ¡Cómo recordaba sus propios gritos después de tanto tiempo! Ich kann nicht wÄhlem!, repitió a gritos.

El doctor advirtió que a su alrededor se le estaba prestando más atención que la que deseaba.

-              ¡Cállate!, le ordenó. Y ahora a escoger enseguida. Escoge de una vez, si no los envío a los dos allí. ¡Deprisa!

Sophie no podía creer lo que estaba sucediendo. No podría creer que se hubiese arrodillado sobre el hiriente hormigón del andén estrujando a sus hijos contra ella con tanta fuerza que la carne de los pequeños se incrustó en la de ella aun a través de varias capas de ropa. Su incredulidad era total, insensata. Y reflejaron también incredulidad los ojos del flaco y joven RotterfÜhrer, el cabo de primera ayudante del doctor, a quien se encontró mirando con expresión suplicante. El hombre parecía sorprendido y le devolvió la mirada con unos ojos abiertos de par en par que parecían decir: “No, no lo entiendo”.

-No me hagas elegir, susurró ella. No puedo elegir

-Bueno, pues mándelos los dos a la izquierda, dijo el doctor al ayudante, nach links, si, hacia la izquierda.

¡Mamá!, oyó Sophie que decía su hija, con un grito débil pero estremecedor, en el instante que ella se levantó de la superficie de hormigón con un torpe y vacilante movimiento

-              ¡Tome a la niña!, gritó. ¡Quédese con mi hijita!

En aquel momento el ayudante, con una delicadeza que Sophie habría querido olvidar, pero que recordaría siempre, tiró de la mano de Eva y la condujo hasta la legión de condenados. Siempre guardaría en su memoria la confusa impresión de que la niña recorrió aquel corto trecho mirando hacia atrás, suplicante. Las lágrimas que cegaban casi por completo sus ojos de madre desesperada le ahorraron el dolor de ver la expresión de Eva, fuera cual fuese. Y prefería que hubiera sido así, porque desde lo más profundo de su corazón, sabría que no habría podido tolerar el recuerdo de aquella escena, que habría llegado al borde de la locura cada vez que la memoria le hubiese traído la postrera imagen de su hijita, como le sucedió al tener el último vislumbre de su pequeña y evanescente forma.

-se fue con su osito y su flauta, dijo Sophie al terminar su relato.

Desde aquel momento nunca he podido soportar esas dos palabras. Oírlas o decirlas en cualquier lengua.”

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